
La multinacional Monsanto ha anunciado que abandona su lucha por los cultivos transgénicos en Europa. ¿Qué razones hay tras esta decisión? ¿Se ha equivocado Europa con la política agroalimentaria en los últimos años?
El tema de los cultivos transgénicos siempre despierta grandes polémicas, y más en la Unión Europea, región que durante décadas ha adoptado una posición política de tipo veleta, con continuos vaivenes institucionales sobre si apoyaba o no la producción de organismos modificados genéticamente.
Precisamente en 2013 se cumplen quince años desde que la UE permitiera por primera vez los cultivos transgénicos en Europa, con la aprobación del maíz Bt MON810. Esta variedad tiene como característica la resistencia al taladro, un insecto que ataca la planta del maíz, causando pérdidas estimadas en un 30% de la cosecha.
La diferencia entre MON810 y el maíz tradicional se basa en la introducción de un gen que codifica para una proteína, producida de manera natural por una bacteria. La denominación "Bt" hace referencia precisamente al microorganismo del que es originaria esta proteína, la famosa bacteria Bacillus thuringiensis.
Sin embargo, hasta ahora el maíz Bt de Monsanto, el maíz MG de Syngenta y la conocida como patata Amflora de BASF han sido los tres únicos cultivos transgénicos permitidos en Europa. A nivel social, el rechazo es evidente, pues el único país que ha apostado mayoritariamente por la producción de estas variedades (en particular del maíz de Monsanto) ha sido España.
Según el análisis de la International Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications, publicado a finales del año pasado, España cultivaba el 90% del maíz Bt producido en Europa. Sin embargo, países como Francia, Alemania, Austria, Hungría, Grecia, Luxemburgo y Bulgaria han prohibido estos cultivos transgénicos, marcando el rumbo de las reticiencias europeas hacia este tipo de agricultura.
Como vemos, en la Unión Europea se han dado dos corrientes políticas: las de aquellos que apoyaban los cultivos transgénicos, y las de los detractores de estas tecnologías. ¿Cuál es la razón por la que Monsanto ahora anuncia que se va? Y por otra parte, ¿existe una justificación científica para las reticencias europeas?
Transgénicos y Europa: una historia de amor y odio
La producción de cultivos transgénicos, como comentábamos al principio, es un tema polémico. Sin embargo, a pesar de que normalmente la agricultura ecológica y la agricultura transgénica se consideran como dos opciones enfrentadas, lo cierto es que ambas, debido a las propias características de la agricultura, no son prácticas ecológicas. La agricultura no lo es.
Partiendo de esa premisa, ¿por qué decimos que la Unión Europea ha vivido una intensa historia de amor y odio hacia los transgénicos? Por una parte, en la Estrategia de Lisboa, Europa tenía como objetivo crear una bioeconomía basada en el conocimiento. Con ese mismo propósito, la UE reconocía el potencial de los organismos modificados genéticamente.
Sin embargo, según un estudio realizado por científicos de la Universitat de Lleida y publicado en la prestigiosa revista Trends in Plant Science, existen fuertes paradojas de la política europea con respecto a los transgénicos.
Por una parte, las autoridades europeas habían aplicado con especial ahínco lo que jurídicamente se conoce como principio de precaución. ¿Pero lo habían hecho de forma adecuada? ¿O quizás nos habíamos sobrepasado? Como apunta Mertxe de Renobales, una de las mayores expertas en cultivos transgénicos en España, en la UE para que un transgénico sea autorizado, ha de pasar una evaluación de riesgos para el consumidor y el medio ambiente, y después recibir un informe positivo de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
Por tanto, la aprobación de cultivos transgénicos seguía a pies juntillas el principio de precaución. Pero, ¿la autorización era correcta desde la perspectiva científica? De acuerdo con este trabajo de la investigadora, no. Pero tampoco según el propio Comité Asesor de Ética en la Investigación Científica y Técnica de la Unión Europea, quien en este informe criticaba abiertamente la política seguida por Europa sobre los cultivos transgénicos.
El hecho de que los organismos modificados genéticamente fueran evaluados únicamente según sus riesgos, y sin ponderar los posibles beneficios relativos a la sostenibilidad ecológica, económica y social, puede explicar en parte por qué Monsanto ha decidido dejar de lado su batalla por los cultivos transgénicos en Europa.
Detrás de la agricultura ecológica y transgénica, existen múltiples debates y discusiones sobre los intereses económicos y sociales de las diferentes compañías y entidades relacionadas. Sin embargo, no debemos dejar escapar que por un lado existen razonamientos científicos, discutidos muy bien en este número de Nature, y por otro lado, intereses comerciales.
Lo que sí es seguro es que a día de hoy no existen evidencias científicas que digan que los transgénicos no son seguros. Lo afirma la propia Comisión Europea en esta recopilación de trabajos de investigación sobre cultivos modificados genéticamente. Pero también lo dice la Sociedad Argentina de Nutrición, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición o incluso el reconocido científico y ex-Presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Emilio Muñoz.
Quizás desde la Unión Europea se ha dejado escapar el tren de la competitividad de la biotecnología agrícola en base a una política no demasiado clara. Ahora cuando los países no industrializados están ganando la carrera respecto a los cultivos transgénicos, cabe preguntarnos qué hubiera pasado aquí si durante los últimos veinte años, el debate sobre los organismos modificados genéticamente se hubiera centrado en la racionalidad científica, y no en dar una de cal y otra de arena a estas tecnologías alimentarias.
Quién sabe, es posible que el debate sobre los transgénicos sea un buen ejemplo de todas las políticas de la Unión Europea: navegar sin un rumbo fijo hacia ninguna parte. Quizás esta sea una buena explicación de por qué la UE afronta ahora una crisis económica sin precedentes. Y es que el tren de la competitividad se marchó hace tiempo, y en la estación aún seguimos debatiendo sobre ello.